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Yullman

Yullman

A Yullman lo torturaban en el interrogatorio, en una de las salitas insonoras y oscuras de la comisaría de …, con un horario estricto, de 8 a 3 pm. Hubo cambios en el gobierno y perseguían a los fastidiosos antisistema. Le dejaban algunos días libre de la semana para que averiguara y consiguiera información, en los mundillos donde se movía como topo. Pero los de la comisaría no sabían que Yullman tenía un síndrome, el cual generaba episodios agudos de dolor interno. La medicina empobrecida y básica de la región no le ayudaba a desprenderse de ese tormento interno.

Se contactó, a través del lento intranet, con una mujer especialista en tratamiento de dolor, que ofrecía terapias sado-maso bajo la terminología de BDSM. Quedaron un día que a Yullman lo liberaban de los interrogatorios matutinos, para asistir a su consultorio. Ella le pidió absoluta discreción, sus terapias no eran lo convencional.

Yullman se sentó en un sillón forrado de plástico transparente entre los bastidores de aquel armatoste, que ocupaba buena parte del salón donde estaban. Acomodó su cabeza, cual si fuera una máquina de medición de la vista. Ella, que permanecía muda en todo el tiempo que duró la sesión, solo acomodaba y ajustaba los correajes. Al ver que estaba todo dispuesto, se fue al otro extremo de la máquina y jaló un mecanismo de cuerdas metálicas, el cual debía darle varias vueltas a una manivela. Nunca veía a sus clientes, tan solo giraba la manivela.

Al principio Yullman sentía una tensión en su cráneo, buscaba paliar su dolor interno con los picos de dolor extremo. Lo que parecía ser una sesión de sadomasoquismo, empezó a agravarse cuando chorreó sangre. Estaba en éxtasis, no gritaba, apenas gemía y suspiraba largo. Pero la sangre no dejaba de borbotear entre sus pómulos y cuello. El chorro se hizo más violento y la sangre se dispersaba con fuerza cada vez. Ella, aburrida en lo suyo, seguía girando la manivela, apenas si escuchaba un gorjeo de su nuevo cliente.

Yullman seguía fascinado, controló sus picos de dolor con esta nueva hechura. Se estaba arrancando la cara, con el mecanismo de la cuerda metálica que era una sierra en hilo. Entre lo místico y el dolor completamente plano, estaba gozando de la experiencia. Iba a ser un episodio completamente gracioso cuando a la mañana siguiente debía ir a la comisaría para, en vez de recibir golpes a punta de confesiones, los iba a dejar asombrados por tamaña osadía hiriente. Yullman no estaba loco, solo se rebelaba ante el sistema y los cambios que estaba ejecutando el nuevo gobierno. Sintió que parte de la piel de su cara estaba desprendida.

Yullman era un mal informante, al parecer bajo su inconsciente se buscaba problemas de ese tipo, para lidiar con los golpes propinados y paliar su dolor, cual esclavo que busca un amo tirano. Pero lo de quitarse la cara, ¡vamos!, eso cruzó cualquier límite de la cordura. Se arrancaba cualquier costra de sangre y no se dejó curar por ella, antes de irse. Ella recibió unos rublos manchados de sangre, que los guardaba en un cofrecillo de madera. Estaba acostumbrada a eso.

Chorreaba sangre a medida que caminaba. En esa mañana fría, Yullman asistió a la comisaría. Al ser visto con su oquedad facial, sin nariz, ni labios y con una frente descarnada, en sus pies vomitaban luego de ver el horror andante y digerir mal el desayuno sus torturadores usuales. Daba un espectáculo lamentable y dejó chorreando todo el pasillo. Aún respiraba con dificultad y la sonrisa no se le podía definir. Por dentro estaba más que feliz.

Yullman el sin cara.

Yullman el rebelde, sin cara alguna que dar al mundo entero.

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