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León dormido

León dormido

La marea está suave. Me gusta este tiempo: cuando no hace demasiado calor ni demasiado frio. La lenta caída del sol en la mar hace que el arrebol de las nubes sea un espectáculo único e irrepetible. Todavía quedan algunas personas en la playa que, como yo, se sientan en la arena para observar aquel espectáculo mágico de la naturaleza. Cerca de mí hay un grupo de jóvenes. Uno de ellos, una linda joven que lleva puesto un bikini azul, pregunta a sus demás compañeros si alguno sabe el origen del nombre de esta playa. Uno de ellos explica que el nombre se debe a la gran formación rocosa que se encuentra allí y que parece reproducir la figura de un majestuoso león dormido. La joven se levanta para poder corroborar lo que dice su amigo;se aleja un poco del grupo y observa la gran formación rocosa. En efecto, puede comprobar que sí se asemeja a la imagen de un león. Toma una foto y regresa al grupo; algunos de ellos empiezan a molestarla por no haber dado cuenta de aquel detalle y el joven que le absolvió la duda solo sonríe.

La pregunta de aquel joven hace que recuerde mis epocas de infante. Recuerdo las tardes cuando solía sentarme en el pequeño balcón de mi casa y me ponía a pensar viendo el crepúsculo, mientras las nubes adquirían diferentes tonalidades conforme avanzaba la tarde. Por aquellos días lo que más anhelaba era ir a la playa para poder apreciar un atardecer en ella. Solo había visto aquel maravilloso espectáculo a través de la televisión, pero yo quería presenciarlo en persona. Cada día le rogaba a mi madre que me llevara, aunque sea, una vez a la playa. Ella siempre decía que lo haría el sábado y cuando llegaba el día inventaba alguna excusa para no llevarme. Un día, cansada de tanta insistencia, me llamó y me dijo: «Jeancito,¿sabes por qué no quiero llevarte a la playa? Te voy a contar una historia para que entiendas y si luego de escucharla aún sigues con las ganas de querer ir, te llevaré el domingo». Siempre disfrutaba cuando mi madre me contaba alguna historia, las imaginaba tal cual ella iba relatándolas; por aquel entonces yo apenas tenía cinco años y pensaba que todo lo que me decía era real. Acepté la propuesta que hizo y le dije que me contara la historia que sabía. Ella comenzó: «Hace muchos años habitaban en la tierra animales gigantescos. Tan grandes como el tamaño de todo un cerro. De todos ellos el más feroz era el león gigante. A él le fue encargado la tarea de proteger la tierra de las enormes criaturas marinas;por eso siempre paraba a orillas del mar, siempre atento ante la amenaza de algun enemigo. Cuando llegaba la tarde, y las criaturas del mar se iban hacia el otro lado del planeta, él emitía un estruendoso rugido, que hacía temblar toda la costa, en símbolo de otra victoria. Luego se acostaba y se ponía a observar la lenta caída del sol; no dejaba que algún otro animal se acercara a sus dominios. Los demás ya lo sabían y evitaron acercarse. Cuando llegaba la noche se levantaba y se bañaba en las frias aguas. Al pasar los años hubo una gran lucha entre los seres que estaban por encima de él. Los animales tomaron preferencia por alguno de los dos bandos: por el del Bien o por el del Mal.El león, a pesar de parecer ser cruel y malévolo, en realidad era un ser que defendía el bien. Las criaturas marinas se fueron al bando de los malvados. Luego de concluir la guerra, el bando del Bien resultó ser el ganador y todas las criaturas que poseían algún indicio de maldad fueron encerradas en una enorme cárcel. El líder de los malvados juró que iba a volver por su venganza y se fue muy lejos. El líder de los buenos felicitó al gran león por su valentía pero le dijo que esto aún no había terminado, por eso él debía seguir vigilando la tierra ante cualquier amenaza posible.Pero como ya no habían tantas criaturas que desearan hacer el mal, iba a tener un poco de descanso: le dijeron que durante el día permanecería dormido y cuando iniciara el crepúsculo despertaría; si todo estaba en perfecto orden él tendrá que emitir el rugido de siempre. Y así, aquel león ha cumplido su misión hasta el día de hoy; es por eso por lo que nadie se acerca a las playas por ser un sitio muy peligroso, ya que nadie sabe cuándo volverán las malvadas criaturas del mar». Luego de escuchar a mi madre tuve un poco de miedo pero, a la vez, una gran fascinación por haber sabido la historia que escondía el mar y las costas; le di las gracias y dije que no insistiría más ya que no quería estorbar en la misión que tenía el gran león.Algunos años después, luego de volver a recordar aquella historia, caí en la cuenta de que era falsa.

Casi veinte años después de aquella tarde de enero me encuentro frente al gran león. Son las seis de la tarde con cuarenta y cinco minutos. El león se va despertando lentamente. Los jóvenes siguen conversando como si todo fuera normal. Abre sus enormes grifos en un gran bostezo; se incorpora; me mira fijamente y lanza su bravio rugido que hace temblar todo el litoral. Pasa por mi lado dirigiéndose hacia las frías aguas del mar; entra en ellas y se sumerge completamente. Las últimas personas se van a retirar de la costa; ya casi ha anochecido. Dejo mis cosas al lado de la carpa que he alquilado y me zambullo en el mar, junto a él.

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