Hoy le compré una lata de galletas a mi madre, una de esas latas de metal llena de diversas galletas -las más ricas son las de chocolate, obviamente- en esa lata cúbica y achatada además de dulces galletas esconden un sinfín de recuerdos de mi infancia que hoy quisiera destapar. Como ya les mencioné hoy compré una lata de galletas, de las dulces, porque también hay saladas y de mantequilla, de esas no me gustan para nada y el solo recordarlas me causa desagrado y se me agria el cerebro.
Esas latas las usaba la abuela para tamizar los granos recién molidos; les hacía los huecos con un clavo y algún pisapapeles o piedra, después de haber degustado aquel delicioso contenido con alguna taza de café y máchica. Mas con la otra abuela, era lo contrario, ella era quien nos obsequiaba la lata. Se sentaba en su mecedora frente a la ventana, esperando, tan solitaria, tan alegre, tan benévola; tenía un poco de todo. Aún recuerdo su voz, grabada en mi memoria desde antes que cobrara conciencia, recuerdo su espíritu y como me confundía con su otra nieta y lo alegre que se ponía.
Es maravilloso como un objeto me puede hacer pensar tanto y traerme a la mente episodios que creí ya perdidos, lo compré para mi madre digo, pero aún hay algo que deseo recordar. He olvidado tanto, mas mi intuición me perfora el cráneo y hay cosas que no debo volver a recordar, pero me da comezón. Es un nuevo año y aún me inquietan recuerdos olvidados, un nuevo año para recordar o tal vez hacer nuevas memorias.
Bueno, como decía, le compré una lata de galletas dulces a mi madre como un presente de la navidad pasada y se la entregué.