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Elena Mukhina

Elena Mukhina

Quedar tetrapléjica de por vida fue su liberación.

Ante la presión de todo un país para insistir en su cabal desempeño y las tantas veces que le hicieron practicar el salto mortal.

Un ejercicio pocas veces presentado en un certamen de gimnasia olímpica y que automáticamente otorgaba el mayor puntaje ante cualquier otra maroma.

Tantas horas al día practicándolo y las constantes correcciones, nunca del todo satisfactorias de su asesor. Es que vio un atisbo, apenas un rezago casi íntimo, gracioso y peligroso a la vez: si ejecutaba un paso en falso sabía bien que la fractura de su cuello y las vértebras comprometidas en ese salto quedarían perjudicadas de por vida.

Asqueada y harta de ser un títere para meros intereses políticos, a pocas semanas de iniciarse las olimpiadas, tomó uno de sus previos ensayos para alcanzar la ansiada libertad.

Sabía bien lo que estaba haciendo.

Fue en aquella tarde, agotada por la intermitente lesión de una de sus rodillas (debido a un accidente anterior), dio aquel paso y en el suspenso del aire, decidió firmemente.

No solo fue un crack de dolor agudo, intenso e interminable. Fueron cuatro. Los cuatro golpes decisivos que la convertirían, de aquí en adelante, en algo inerme, muerto en vida, desde la prisión de su cuerpo trabajado y entrenado para estas lides.

Todo se paralizó: su profesor pidiendo a gritos la ambulancia, las chicas de otras disciplinas confundidas, los rumores mezclados con los ayes de dolor, ayes que se harían cada vez mudos al comprometer sus cuerdas vocales y gran parte de sus nervios para reaccionar debidamente.

No pensó en los próximos y venideros años, cual espíritu de los mujiks, que siempre desprecian el futuro. No quiso saber de un matrimonio regular con posibles asaltos y abusos de quien sería su marido en ese futuro ensoñado. Nada prometedor como una retirada ex gimnasta, la que habría alcanzado la distinguida presea dorada, puesta a disposición de intereses oscuros y palpables de esa nación opresora de la libertad de acción y voluntad personal.

Toda esa línea de acción en un tiempo distante, probable e irreconocible se esfumó. Su futuro empezaría desde aquella declaración de paralisis vitalicia, días previos a las incipientes Olimpiadas. Una oportunidad que no fue desaprovechada, sino muy meditada para salirse de ese ambiente que le era ajeno cada vez más.

Ella iba a ser la nueva leyenda que destronaría a una rumana, con una pirueta mortal que la posicionaría en un lugar destacado e imposible de superar. Lo que más quería era alcanzar el aire, que lograba en esos breves interregnos en los que realmente volaba. Alcanzando su propia libertad.

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