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Viaje por Airsky, su mejor alternativa en viajes espaciales.

Viaje por Airsky, su mejor alternativa en viajes espaciales.

Tras varios meses siderales, era justo y merecido unas vacaciones en la luna Titán, páramo exótico lejos de esta estación. Un viaje corto de tres pársecs, llevando créditos suficientes para lo que se pudiera hacer o ver allí, el nuevo club Med de solteros para conocedores.

El cierre de la maleta al vacío presentaba un ligero desgarro hacia el final. Con tal que no lo zamaqueen fuerte ni lo sobrecarguen con más maletas encima, aguantaría todo el viaje. Delante del counter le expuse ese problemilla, el cual lo consideró un detalle menor, asegurándome que todas las maletas se respetaban según su capacidad y se almacenaban con cuidado, debido al viaje exprés hacia la luna Titán. Que no me preocupara y esperara en el lounge de la izquierda, mientras terminaban de embarcar a los demás pasajeros y estuviera atento al aviso del vuelo para entrar a las cabinas presurizadas de primera clase.

Más tranquilo con el destino de mi maleta, solo restaba distraerse en el largo rato que implicaba la espera hasta embarcar la nave rumbo al destino del placer y relax. Pero sonaron unas alarmas apabullantes. Creí que se trataría de algún aviso con relación a otro vuelo que acababa de llegar a la estación base. Pero escuchando con atención, supe que estaban alertando a todos los pasajeros de los vuelos aún pendientes y que se iban a postergar por unas horas, debido a una reciente e inesperada huelga de los controladores aéreo-espaciales. Al parecer no se les atribuía lo correcto por su desempeño y estaban en quiebra desde hacía semanas, según los rumores que escuché de los otros pasajeros que también esperaban e inventaban los bulos más rebuscados, generando ruido tóxico en base a las noticias reales.

Me acerqué a la fila del counter que me atendió hace un rato y lo que vi me asombró: no había personal atendiendo a las abarrotadas filas de pasajeros que aún llevaban consigo sus maletas. Todos habían desaparecido. Las pantallas, anunciando vuelos para las siguientes horas, parpadeaban con las palabras “Cancelado/Postergado hasta nuevo aviso”. No puede ser, pensé, ¿justo hoy debía pasar esto? Reconsideré el viaje, busqué si entre los montículos estaba mi maleta y analicé la mejor ruta para llegar a ella y recuperarla. Un motín o huelga de esa naturaleza tendría para varias horas, incluso días.

Me percaté que no traía conmigo el neceser con todos mis documentos y mis pastillas de menta. Volví al lounge donde estaba seguro que estaría en uno de los sillones. Puta mala suerte. No estaba. Pregunté a los pocos concurrentes si habían visto mi neceser. Ninguna respuesta, todos se mostraban contrariados y uno que otro azorado por los cambios de planes recientes en el aeropuerto. Di vueltas y sobreanalicé mi estrecho recorrido del counter al lounge, para recuperar mi olvidado neceser. Nada.

Para estos efectos la desesperación se apoderaba de mí, necesitaba como sea recuperar mis documentos, si no, ¿cómo podría recuperar mi maleta, mi identidad, mi voluntad de dejar todo esto y retirarme a mi covacha? Para salir del aeropuerto también se requiere documentos… Sonó otra alarma, un pitido distinto. Esta vez anunciaron por los altavoces que se sumaban a la huelga de los counters y los controladores aéreo-espaciales los que proveían de combustible a todas las naves del aeropuerto. Breves palmas de aliento de algunos desesperanzados pero solidarios ex pasajeros. Pero eso no contribuía a la desazón de la mayoría de los que estaban ahí reclamando al aire y a nadie por la demora de estos vuelos y el parpadeo en la pantalla anunciando que estaban cancelados.

Se me subió la sangre a la cabeza y me esforzaba en permanecer tranquilo. Sin documentos no podría hacer nada. Seguía recorriendo con desesperación los mismos puntos, esperanzado en que algún alma caritativa se apiadara de mí, devolviéndome el neceser con los documentos. Volví al punto vacío de los counters. Quería recuperar mi maleta, ahí dentro estaba la papeleta de respaldo con mis datos. Pero había que cruzar una barrera metálica y los guardias cuidaban sin mucha atención aquellas maletas. Corrió el nuevo rumor: se unieron también a la huelga los acomodadores de maletas en las naves. Por dentro la ira me consumía: necesitaba mi maleta a como dé lugar. El vuelo ya se había echado a perder. Titán otra vez volvía a ser un sueño.

De pronto, los guardias que vigilaban el otro lado de la barrera, hicieron mutis, se fueron, y las maletas quedaron a la deriva. Algún atrevido cruzó la barrera y fue a recuperar su maleta. Lo seguí. Hice lo mismo, me costó recuperar la mía (habían colocado unas maletas chicas encima, debía tener cuidado de deshacer el montón) y con las mismas atravesé la barrera mientras otros azorados pasajeros también disponían a recuperar sus respectivas maletas. Volví al lounge, abrí con cuidado y procuré ubicar el papel de marras que sería mi salvación. No estaba. Con el apuro de los preparativos, lo dejé en el mismo neceser, del cual no tenía noticias de su paradero.

Por los altavoces anunciaron lo siguiente: “…decretamos dos horas de luto por la desaparición de la luna Titán, debido a una explosión, se cancelan los vuelos y las fronteras…” Y las pantallas que parpadeaban con las palabras de Cancelado, se apagaron. La Inteligencia Artificial de estos monitores también claudicó su actividad lumínica y se unió en solidaridad a la huelga.

Mi paraíso soñado había desaparecido del todo. Esfumado del vasto espacio. El luto comprendía cierre de puertas del aeropuerto. Nos tendrían recluidos ahí por dos horas. El lounge se encontraba ahora ocupado por gente que encontró mejores asientos que los de hilera en los grandes halls. Insistí en preguntar a cuanto desconocido si habían visto mi neceser y al único mozo que quedaba en el lounge, atendiendo la sobrecarga de pedidos de alcohol y sintéticos digeribles. Nadie me daba razón.

Lo de las horas de luto apenas empezaba. Busqué un sitio entre los halls para descansar. Todo el rato buscando mis documentos era cansino. Me aposté cerca de una de las puertas en busca de una oportunidad para salir del aeropuerto, pero con los filtros de entrada y salida lo veía difícil. Era un tema de seguridad interna que, por más huelgas que se hicieran, los trabajadores del aeropuerto espacial y los que cuidaban las garitas de control no dejarían de vigilar y preguntar por los documentos así como hacer breves detenciones en caso de no portarlos. Tendría que haber una masa enardecida rogando por salir de las instalaciones del aeropuerto para que, entre la multitud azorada, pudiera salir sin que me preguntaran o me detuvieran.

Así como corrían los bulos, apliqué débilmente una estrategia. Aseguré a cuanto quisiera escucharme que el luto llevaría dos días y no dos horas para poder salir del aeropuerto. Que no se daba abasto las instalaciones para retenernos a todos en una suerte de cautiverio o cuarentena. Pocos entendían lo que decía, otros se alejaban al verme proferir con desencanto lo que intenté repetir una y otra vez. Algo hice mal, que llamé la atención de dos guardias y me pidieron que los acompañara.

Al esparcir los bulos, los debías hacer en la intimidad de los cercanos, sentados, bebiendo algún sintético, en un bar. Ellos se encargarían por su cuenta de esparcir el bulo. Pero mi error fue decirlo en voz alta, como un loquito que anuncia el fin del mundo, para que nadie hiciera nada con la información que me inventaba y lo replicara por su cuenta.

Me llevaron a unas instalaciones que pasaban desapercibidas, entre los varios pasajeros que atendía el aeropuerto día tras día. Sentí bajar cuatro pisos, cual si fueran sótanos en cada nivel. Aferrado a mi maleta, me hicieron entrar a una sala, en el cual debía esperar. Luego de un tiempo incierto, entraron dos agentes pidiéndome papeles, documento de identidad. Hice el ademán de abrir mi maleta y rebuscar. Rebusca y desordenando todo lo que llevaba dentro, ambos agentes desesperados, me repetían lo de mis papeles. Les ganaba el tiempo. ¿No tiene usted sus papeles? No sabía qué responder. Apenas atiné a doblar mi ropa y reordenar todo lo que llevaba dentro. Me dejaron solo. Hube de esperar un largo rato. El encierro en esa sala era todo incertidumbre. Sentí punzadas de hambre. No tenía idea de cómo estaría arriba. Con el luto por la luna Titán, las huelgas en cadena de los trabajadores de distintas áreas y los agentes controlando conatos de desorden…

Entraron de manera intempestiva otros agentes, con uniforme de otro color, distinto al de los que me llevaron a aquella sala. Apenas si me vieron y me empujaron para que saliera de ahí. Era evidente que debía seguirlos. Caminamos hacia un largo corralón. Me señalaron una puerta abierta. Ingresé a una suerte de cabina. Era un vehículo que me transportaría a lo incierto. Ni pregunté, ni me explicaron nada. Creí que sería transportado fuera del aeropuerto y que habrían localizado mis documentos perdidos para dejarme en casa. Nada más lejos de la verdad. Nunca vi la luz del día. Era un largo túnel por el que no dejaba de deslizarse aquella cabina. Y recordé.

Esta era la forma de deshacerse de los malos elementos y derivarlos a un área para deportados. Era un indocumentado para ellos. Y no había vuelta que darle. A partir de aquí todo se tornó gris. La única luz que vi en todo estos largos años fue el de los reflectores lineales de baja potencia, donde las paredes se confunden con los techos en esos recintos oscuros de difícil arquitectura. Apenas se acordaban de alimentarnos, todo era semipenumbra en aquella prisión subterránea. La vida de los indocumentados era triste. Había oído rumores desde antaño; difícil era vivirlo y ser uno más de ellos. Desaparecer de todo y de todos. Mi vida llegó a un punto de no retorno. Todo se esfumó. Nadie daba razones de nada, nadie se entrometía con uno. ¿Era esto el prolegómeno a la muerte, la sensación de andar muerto entre los sentenciados a morir lentamente? Las utopías horadadas, las que pudieron ser, y no fueron. Esto era morir en vida una vez que murieron nuestros más caros anhelos, el simple respirar en una mañana fresca que recién despertaba. Era una estadística en gris. Un desaparecido más. A veces despertaba sin recordar mi nombre. Podía pasarme los días sin recordar qué hacer, sin completar un pensamiento. Nadie nos dirigía la palabra, nadie nos indicaba qué hacer, con qué sacar provecho tras tantas horas largas y apenas una falsa e insólita esperanza que todo esto acabara. Quizás algún cambio de régimen, hasta que alguien se acordara de nosotros. Solo se hallaba refugio en los sueños. Con el transcurso de las ¿horas, días? solo el sueño era útil para algo. Pero estar largas horas en reposo entumecía y volvía flácidos los músculos, el organismo entero. Así no quedaban muchas ganas de vivir, ni de pensar. Confundir sueño con realidad era común. No distinguías cuándo acababa lo uno y lo otro. Alguna vez abrigué la teoría que estábamos recluidos en una nave sin rumbo fijo, que esto no era una prisión subterránea como creía, sino una nave destinada a perderse en el vacío del espacio, hasta que chocara con algún meteorito o fuera atraído por la gravedad de algún planeta o estrella negra. Quise desmitificar esa idea. No pude. Por varias horas o días o lo que fuese, no pude quitarme esa idea de la cabeza. Me volvía a asaltar el miedo, la incertidumbre, la sangre agolpaba ferozmente y estaba convencido que sí era una nave suicida la que nos llevaba a todos los prisioneros, hacia una muerte de estadística neutra. Los sueños se tornaron pesadillas extrañas, de las cuales poco me acordaba cuando distinguía el estar despierto, pero se volvían nítidas y pesadas de sobrellevar al volver a esa estancia obligada del descanso, perturbado por aquellas imágenes oníricas. Hubo ruidos extraños, sin explicación alguna. No me terminaba de convencer la idea que se tratara de una prisión subterránea, que fuéramos reclusos eternos, sino la de una nave errante a la inmensidad asesina del vacío. Luego, la desconexión tras un destello…

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